Los recuerdos son eso que nos acompaña a lo largo de nuestra vida y que solo nos pertenece a nosotros. No siempre son lejanos. Yo ahora mismo intento evocar un recuerdo muy próximo que me llena de satisfacción.
Los recuerdos nos permiten volver a vivir lo vivido y por supuesto, lo no vivido.
Pero, ¿se pueden revivir los recuerdos sin añoranza? A veces en nuestra vida pasamos demasiado tiempo anclados en un pasado que pareciera no haber sido nunca presente, y menos aún futuro.
En nuestro vivir, vamos caminando y compartiendo momentos, viajes, amigos, conversaciones, retazos de amor… Sabemos de antemano que pasarán a formar parte de nuestra historia. Cada instante va dejando de ser un poco nuestro y un poco más de la reminiscencia.
Eso sí, los recuerdos es lo único que nadie puede arrebatarnos porque su realidad solo existe en nuestro interior.
…Aquellas noches de abril de mi primera juventud soñadora, donde la luna era testigo de felicidad, las preocupaciones carecían de valor y el amor era siempre eterno...
jueves, 26 de abril de 2007
miércoles, 25 de abril de 2007
El caparazón
Llueve. En la calle y en mi corazón. Al menos el día ha decidido acompañarme. Bajo un pretexto de cansancio y de astenia intento esconder a los que me rodean la desgana que brota del alma herida. Duele entregarse, duele amar de un modo imposible. Duele decir adios, duele… Ayer dejé a un lado mi caparazón y decidí sumergirme en mundos que antaño exploré. Mundos de sentimientos y pasiones. Vida. Y pude adivinar que te amo desde siempre, desde la eternidad, mitad de mi alma herida. Pero la ilusión, de forma sibilina, fue dando paso a la realidad.
Hoy, el golpe de agua me llama hacia la calle, necesito mojarme, beber a sorbos lo que quiero y no quiero perder, fundir lluvia y lágrimas, correr sin pasos, huir atada a tus cadenas, a las cadenas de tus ojos, de tu ser.
El caparazón grita, tal vez para acallar mi corazón, tal vez para darme otra vida, desarmado, permanece donde lo dejé, buscando una salida para su reconstrucción.
Llueve y duele.
Hoy, el golpe de agua me llama hacia la calle, necesito mojarme, beber a sorbos lo que quiero y no quiero perder, fundir lluvia y lágrimas, correr sin pasos, huir atada a tus cadenas, a las cadenas de tus ojos, de tu ser.
El caparazón grita, tal vez para acallar mi corazón, tal vez para darme otra vida, desarmado, permanece donde lo dejé, buscando una salida para su reconstrucción.
Llueve y duele.
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